VIDA EN UN VELERO MERCANTE



VIDA EN UN VELERO
Los últimos veleros del Mediterráneo
   Habría que mencionar que todo lo explicado en estos capítulos podríamos encuadrarlo entre los años 1.879 y 1.945, aunque podría hacerse extensible en años anteriores.
   La vida a bordo resultaba muy activa y dura, por las continuas variaciones del viento y rumbo a seguir.  Las guardias en turnos de rotación se hacían cada cuatro horas, de las que estaban exentos en algunas ocasiones el grumete y el cocinero.
  El timón estaba en popa y al descubierto donde azotaba el viento, calor o frío y lluvia sin ningún resguardo posible. El timonel con ropa de agua le  pasaban las olas por encima, muchas veces amarrado a la rueda del timón para que la mar no se lo llevara. Helado de frío y mojado y con mala ropa de agua había que aguantar  toda la guardia.

   Las literas eran calientes, pues sólo había una cama para dos. En puerto las noches tenían que dormir dos cruzados en el mismo catre y en verano, cualquier lugar servía para echar el sueño.
    La señalización del barco tenía una actividad constante, dado que el viento, en cuando soplaba enfadado, había que sacar las farolas  para encenderlas de nuevo. Las que iban situadas en las jarcias les ocurría lo mismo, siendo un subir y bajar continuo de los palos.
     La falta de señalización e iluminación de la costa y la insuficiente luz de los faros hacían de la navegación una lucha permanente por el barco, su mercancía y sus vidas, así como una constante preocupación para la familia del marino que en cualquier momento temía una mala noticia.
    La maniobra de lanzar el ancla por la borda era muy peligrosa, cuando se tenía el ancla con el arganeo a besar con el escobén, entonces había que llevarla a la gata por medio del pescado y de las candalizas, faena que se hacía desde arriba del castillo y que si era saliendo de un mal fondeadero, con mal tiempo, la mayoría de las veces éste era arrido por la mar, en perjuicio de los que estaban en la faena del ancla.
    La comida aunque calculada en abundancia, formaba parte de la picaresca y entre lo que sisaba la oficialidad, y los encargados de la compra, lo de abundancia se quedaba en lo necesario.
    El agua dulce no se tenía en abundancia controlándose para cualquier eventualidad. Se llenaba barril a barril de las fuentes de los puertos que se tocaba.
   Las cargas y descargas a veces se hacían desde la playa con jornadas de 15 horas y solo tenían festivo el domingo si se tocaba puerto. Sin medios mecánicos ni eléctricos, de que ayudarse, hacían de esta vida un verdadero sacrificio personal y físico, por un salario ínfimo y una explotación permanente.