VIDA EN UN VELERO
Los últimos veleros del Mediterráneo
Los últimos veleros del Mediterráneo

La vida a
bordo resultaba muy activa y dura, por las continuas variaciones del viento y rumbo a
seguir. Las guardias en turnos de
rotación se hacían cada cuatro horas, de las que estaban exentos en algunas ocasiones el
grumete y el cocinero.
El timón
estaba en popa y al descubierto donde azotaba el viento, calor o frío y lluvia sin ningún resguardo posible. El timonel con ropa de agua le pasaban las olas por encima, muchas veces
amarrado a la rueda del timón para que la mar no se lo llevara. Helado de frío y mojado y con mala ropa de agua había que aguantar toda la guardia.
Las literas
eran calientes, pues sólo había una cama para dos. En puerto las noches tenían que
dormir dos cruzados en el mismo catre y en verano, cualquier lugar
servía para echar el sueño.
La
señalización del barco tenía una actividad constante, dado que el
viento, en cuando soplaba enfadado, había que sacar las farolas para encenderlas de nuevo. Las que iban situadas en las jarcias les ocurría lo
mismo, siendo un subir y bajar continuo de los palos.
La falta de
señalización e iluminación de la costa y la insuficiente luz de los faros
hacían de la navegación una lucha permanente por el barco, su mercancía y sus
vidas, así como una constante preocupación para la familia del marino que en
cualquier momento temía una mala noticia.
La maniobra
de lanzar el ancla por la borda era muy peligrosa, cuando se tenía el ancla con
el arganeo a besar con el escobén, entonces había que llevarla a la gata por
medio del pescado y de las candalizas, faena que se hacía desde arriba del
castillo y que si era saliendo de un mal fondeadero, con mal tiempo, la
mayoría de las veces éste era arrido por la mar, en perjuicio de los que
estaban en la faena del ancla.
La comida
aunque calculada en abundancia, formaba parte de la picaresca y entre lo que
sisaba la oficialidad, y los encargados de la compra, lo de
abundancia se quedaba en lo necesario.
El agua
dulce no se tenía en abundancia controlándose para cualquier eventualidad. Se llenaba barril a barril
de las fuentes de los puertos que se tocaba.
Las cargas y
descargas a veces se hacían desde la playa con jornadas de 15 horas y solo
tenían festivo el domingo si se tocaba puerto. Sin medios mecánicos ni eléctricos,
de que ayudarse, hacían de esta vida un verdadero sacrificio personal y físico,
por un salario ínfimo y una explotación permanente.