EL TIMON y el ACHIQUE




 EL TIMON Y EL ACHIQUE

¡  Cuántas noches enteras pasadas en cubierta, puestos de ropa de agua, mojados y pasando sueño, frío, miedo; cogidos a la rueda del timón o a los cabos de la maniobra, listos para arriar o acalar velas bajo a una racha peligrosa ¡.
     A veces con el barco amarinado, y las velas con las fajas de rizos hechas, si no le tocaba a uno ir al timón, podía descabezar un sueñecito al reguardo de la borda de barlovento, sin era su guardia la que estaba en turno; a cusa del tiempo que había que estar en cubierta sin poderse resguardar en el rancho, había que ver el gusto que daba el doblar la cabeza y dormir de pie, mientras la lluvia y los raciones de la mar le caían por encima de la cabeza y los hombros.
    Navegando con buen tiempo, las guardias se sucedían sin novedad, pero si éste se torcía, allá iban las guardias para cubierta, o sea, todo el mundo, desde el patrón hasta el grumete, sin tener descanso hasta que amainara el temporal.
        Casi todos los barcos salían del puerto sobrecargados, lo que daba lugar a que cuando entraba un poco de mal tiempo y el casco empezaba a sufrir a causa de los esfuerzos, se abrieran las juntas de su trabazón y empezaba a entrar agua, por todos lados teniendo que cogerse todos los tripulantes a las bombas de achique y empezar a darles sin parar para impedir que el barco se les fuera al fondo.
    Los barcos de madera , en mayor o menor cantidad; en algunos incluso en puerto había que montar guardia en la bomba de achique, para evitar que el agua llegara a la sentina o la propia carga, que la mayor de las veces era de cemento o sal.
   Las bombas de achique eran tan pesadas que algunas veces requerían de dos hombres para hacerlas funcionar. 
    En los bares portuarios era frecuente que después de una partida se levantaran dos o tres diciendo: “Me voy a bordo que es mi hora de guarda en la bomba de achique”.
    El estado de algunos barcos era tan escalofriante, que acostado en las literas dentro del rancho de marinería, por las juntas de las tablas, que se encontraban vacías de estopa y brea, se viera la luz del sol. Tanta temeridad tenía el barco como sus tripulantes de hacerse a la mar.