EL GALATEA en la Segunda Guerra Mundial


Luis de la Sierra
        De sueño andábamos siempre escasos, pues casi todos los días nos tocaba guardia de media o del alba, y nos contrariaba que le buque tuviera que navegar tan iluminado, como un parque de atracciones, pues las luces no nos permitían gozar a nuestras anchas de las chispeantes estrellas que relucían sobre los mástiles.
    Pero el Atlántico norte estaba aún infectado de submarinos alemanes y era surcado por convoyes aliados: sumergibles que ya habían perdido la batalla del Atlántico, y convoyes cuya supervivencia dependía nada menos que el  resultado de la contienda.

 Así que potentes focos iluminaban dos grandes banderas españolas pintadas sobre los blancos costados, mientras otros alumbraban la jarcia y el aparejo.  Y para los combatientes de ambos bandos que, desde la torreta de algún "unterseeboote" o la carlinga de un avión, nos contemplaban durante la noche, debíamos de constituir un hermoso pero anacrónico espectáculo.

     En aquellos dos viajes nos cruzamos con un par de grandes convoyes muy bien protegidos por acorazados, cruceros y portaaviones, que después del  crepúsculo vespertino desaparecieron como engullidos por las sombras. Una de las noches surgió  de pronto un destructor inglés, pidiendo a la voz que modificáramos el rumbo para no interferir el de su convoy.
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  Cuenta un galateano José Mañan Canzobre,
que fue testigo  que en algún momento al final de la contienda el Galatea fue ametrallado en la cubierta por la aviación americana de camino a las Islas de Madeira y de nada sirvió la bandera neutral desplegada siendo la sorpresa de la tripulación mayúscula ante tal acontecimiento.