CAIDA DE UN MARINERO DESDE LOS PALOS

 
Luis de la Sierra
     Durante las guardias del alba,
 se efectuaba el baldeo de toda la cubierta. Comenzábase por mojar bien las tablas, luego se las rociaba con arena y polvos de gas y , después, 14 o 18 hombres, equipados con escobillas de brezo, frotaban a unísono, infatigables, de proa a popa, por una y otra banda, arriba y abajo, tras varias concienzudas paradas por todo el barco, arrojando el contenido de los baldes de agua de mar, el acto suponía un gran esfuerzo físico, dado que la espalda tenía que quedar arqueada debido a la cortedad  de los manojos de brezo.
     Sobre esta cubierta habían tenido sucesos luctuosos y terribles accidentes, uno de ellos se desarrolló así.  Por la mañana estando de guardia en el puente, recibí la orden del comandante de dar el aparejo; apenas había viento y la mar estaba tranquila; de modo  que la cosa no parecía presentar el mayor problema.  A través de un megáfono dí las órdenes del ritual: -¡ Listos a largar el aparejo !
¡ Gavieros y juanetes al pie de la jarcia !

     Inmediatamente se escucharon las pitadas de señales de los contramaestres de palo, y la gente corrió por cubierta. ¡ Gavieros y juanetes arriba !  ¡ Gente a pie de de la jarcia !
  Aquellos empezaron a trepar por los flechastes del trinquete y del palo mayor con la soltura y agilidad de los avezados. Al estar todos en las cruces de sus respectivas vergas ordené:
 -¡ Fuera ¡ Gente arriba !. Instantes después escuchamos un grito de muerte, escalofriante que llegaba de las alturas. Miramos hacia allí. Unos  delos juaneteros del palo mayor se había desprendido de su percha y caía dando vueltas, rígido con los brazos pegados a lo largo del cuerpo y las piernas estiradas, en actitud que supuse instintivamente defensiva. 
     Aquel trágico voltear desde una altura de 40 metros, duró muy pocos segundos; pero quedaría  grabado en la retina de quienes, horrorizados, claramente comprendimos que el hombre no caería al mar, sino en la cubierta. Tras dos o tres volteretas en sentido longitudinal, la dramática visión desapareció por babor tras las casetas del combés, pero inmediatamente oímos un golpe terrible y vimos esparcirse en todas direcciones los blanquecinos pedazos del reventado cerebro de aquel infortunado marino de dieciocho años.