EL GALATEA en NEW YORK

   Transcrito del libro de Pablo Delgado Guerra:



 A la entrada en la Bahía, el Práctico subió a bordo, y tomó el mando del barco, dirigiéndose a  Booklin, al muelle 44.
  Los Prácticos, por muy buenos que sean, estos barcos los desconocen por completo; y así fue, al momento de atracar pegó con el Frenillo en un almacén de mercancías, doblando el Moco. Los veleros en la proa del Barco llevan un palo horizontal, un poco inclinado hacia arriba, donde van fijos los cables que sirven para Foques. Este palo va compuesto de dos Palos, el Botalón y el Baupress, que lo refuerza por debajo, entre los dos tienen una longitud de 15 metros. Este lleva por debajo una barra de hierro bastante fuerte de unos 3 metros, que es por donde pasan los cables que sirven de contrafuerte a los palos que aguantan el Palo Trinquete. Pues bien, fue este cable el que dobló el Moco, que es el nombre de la barra de hierro; y al no hacer efecto de contrafuerte, no quedaba otra solución que enderezarlo; pero para ello había que desmontarlo. 

   Si en Puerto rico tuvimos 40 grados en New York era de 16 bajo cero, lo que hacía una diferencia de 56 grados. Este trabajo le correspondía a un amigo mío Manuel Barrio, que era Cabo que tenía ese destino; pero como hacían falta dos personas, Don Juan Berenguer, que era el Oficial que llevaba su destino y el mío, me llamó a mí. Para desmontarlo había que bajar hasta la parte baja del Moco, dejando colgada una llave inglesa y un martillo; pero para aguantar esas temperaturas era imposible bajar descalzo y quedarse mas de 10 minutos. Al no estar equipados, por no existir a bordo ni un solo par de guantes, la única solución era ponerse dos pares de calcetines en los pies y en las manos, y así lo fuimos bajando cada uno su turno.  Mientras a cada subida nos espera don Juan Berenguer, con una botella de coñac, para recalentarnos. Con mucha dificultad conseguimos sacarlo, pero os puedo decir que duró mas de 3 horas con un dolor insoportable en las manos y en los pies.  Después fue montado por la empresa que lo reparó.

   
     En navegación, el agua dulce solo era para beber; pero si había suficiente agua antes de entrar en puerto, nos hacían tomar una ducha, eso sí siempre fría. Y el caso es que yo, junto con mis compañeros, al ser de la Primera Brigada, fuimos los primeros que llamó el corneta, y en menos de un minuto nos encontramos en la ducha como en una lata de sardinas del frío insoportable, esperando que llegara el agua. Al ver que no llegaba, no pudimos aguantar mas, y bajamos lo mas deprisa que pudimos para vestirnos de nuevo. La razón por la que no llegó el agua, es porque se había helado en las tuberías. Por lo que en toda la estancia en New York, nadie pudo lavarse. 
Los cuatro días que estuvimos allí, el barco se convirtió en una cámara frigorífica; hacía mas frío dentro que fuera. Para dormir nos poníamos toda la ropa que podíamos, incluso las botas. Este frío no impidió la visita de muchos neoyorkinos, pero en general eran latinos. En aquellos tiempos era una Ciudad Monumental de hormigón, muy fría y sucia; pero lo que mas me chocó fue el racismo que había con los de raza de color, cosa que nunca me hubiese imaginado, que pudiera alcanzar este extremo tan inmoral. 

  Los 4 días que permanecimos allí fueron difíciles de soportar; menos mal  que hubo algunos casos que no hicieron reír, como por ejemplo, el de un chico gallego de una aldea, que por primera vez subía al metro. Íbamos todo un grupo acompañados por unos portorriqueños, que nos enseñaban la Ciudad, y al bajar, en una de las estaciones, el chico gallego se quedó muy intrigado con el cierre automático de las puertas, y creyendo que las podía abrir, cuando se dio cuenta se quedó solo en el metro. Ya se pueden imaginar, si luego queríamos reír un poco, le preguntábamos, "¿ Qué tal te fue en el metro de New York. ?". Otro caso fue el del Cabo Buceta, que en un mercadillo, vio que vendían unos enormes televisores de segunda mano, creyendo que solo con enchufarlo en un enchufe eléctrico era suficiente, cuando aún no existía ni la televisión en España.


   Si estábamos muy ilusionados por llegar a New York, mas ilusionados estábamos en salir. En el mar siempre hacía menos frío que en tierra. Y el día 20 de Diciembre zarpamos con rumbo al Ferrol.  La salida de la Bahía era algo muy emocionante de ver y, además, tuvimos la suerte de ver la Estatua de la Libertad iluminada. Una vez en plana mar, como de costumbre, se largó todo el aparejo, y aunque hacía frío no era tan crudo y fuerte como en el muelle.

   Sin saberlo partíamos hacia La Gran Tormenta.