NAVEGACIONES POR LOS TROPICOS




                                            Por: José María Castrillón

  Las navegaciones por los  Trópicos eran especiales, además como íbamos muy bien de tiempo para llegar al puerto de destino, ya que antes de llegar a esa zona tropical, teníamos muy buenos vientos y casi siempre por un largo y solían ser bastantes fuertes.
  Navegando así, con todas las velas largadas y con muy buena velocidad, así que solíamos ganar bastante tiempo y por no llegar antes de lo debido al destino, nos quedábamos por esas zonas tropicales con el aparejo largado. 
Por falta de viento, no se avanzaba nada, velas caídas, buque parado y como consecuencia nuestras vidas se desarrollaban en la cubierta, tanto en el Castillo como en la Cubierta Principal. 

Ahí comíamos, ahí descansábamos, también nos divertíamos como buenamente podíamos.

   Al dormir la siesta tumbados sobre la cubierta a la sombra de las velas, era cuando nos hacíamos algunas jugadas unos a los otros, como poner entre los dedos de los pies un papel, al que prendíamos fuego, y en verdad digo, que se consumía el papel por el fuego y no nos enterábamos. Seguíamos durmiendo, teníamos las plantas de los pies demasiado duras.

También haciendo corrillos, sentados charlando de nuestras tierras y de otros puertos. A la hora de comer, no nos movíamos de ese sitio, hasta el entrar de guardia de mar, que nos tocaba. Pero si, la vida la hacíamos sobre la cubierta y en los atardeceres, todos expectantes para ver la puesta del sol, lo mismo que cuando salía. 


Cuando aparecía la luz crepuscular, todos, sin quedar nadie en los sollados, todos sobre la borda apoyados y en silencio viendo aquel espectacular cuadro sobre el horizonte hasta que aparecía el sol, que era cuando nos íbamos a desayunar y seguidamente a las limpiezas.
  No hacíamos maniobras con los aparejos, no había viento, ni teníamos ninguna prisa, por eso nos bañamos en pleno océano, pero teníamos una extraña sensación, cuando pensábamos que bajo nuestros cuerpos había una grandísima profundidad, y los grandes escualos.
A todo eso no le dábamos importancia, ya que nos estábamos divirtiendo en algo fuera de lo normal.
 Así era, y ahí nos olvidábamos de todo lo amargo que habíamos pasado, hasta que pasados unos días, poníamos rumbo al puerto de destino.


Momentos inolvidables aquellos, pero claro ahora está la otra cara de la moneda, mucha sed, agua muy caliente que salía de la baca cuando conseguíamos llegar a ella, pero ahí estaba para refrescar nuestros cuerpos la ”belarmina” en la banda de babor, que por sus agujeros siempre echaba agua de la mar, por eso eran muy deseables aquellos chubascos que nos regalaban alguna nubes, para asearnos y llenar los tanques de agua.
No es cuento lo que digo, ni invenciones mías, es la pura realidad, y mucho más que queda por relatar.