PRIMERA ENTRADA EN EL GALATEA





 Por: Jaume Matamala Blanch

He tenido tres destinos en barcos de guerra; todos han quedado grabados como un hierro ardiente en mi mente, pero ninguno como el Galatea.  Acaeció un  Enero de 1.966; lo divisé en la lejanía, como detrás de una cortina fina de lluvia,  como  desdibujado  en un papel de cebolla, como una irrealidad palpable. Pero a medida que me aproximaba y se fue haciendo grande en sus formas, esbelto en su figura como envuelto en un enjambre de cabos que se ordenaban en los cabilleros; majestuoso en su arboladura, como la estampa de un barco pirata hecha realidad.

  Empecé a deslizarme por aquel pasillo flotante en movimiento de gabarras hasta llegar al Buque-Escuela.

 Al otro lado divisé un marinero del cuerpo de guardia con el arma al hombro, reguardado con chubasquero, medio metido en la garita evitando la lluvia.

    A medida que me aproximaba empecé a percibir su perfume a zotal y brea que me acompañaría durante los dos años que pisé su cubierta. 
    
     Hice el saludo a la bandera, y después de retirar  los pertrechos que se nos daban para el inicio del curso; tiré el coy al frío suelo del sollado en el que me tocó dormir el primer año debido al exceso de personal que se hacinaba en aquel barco.
   Al despertar, al día siguiente inicié mi primer día en su cubierta, lleno de miedos de una situación que me rodeaba, sin terminar de comprender aquel bullicio de actividad trepidante llena de pitos y carreras en una cubierta que daba para todo. Así estrené mi primer día de los 364 que me restaban.